Comentario
Como Cortés envió al puerto al capitán Francisco de Lugo. y en su compañía dos soldados que habían sido maestres de hacer navíos, para que luego trajese allí a Cempoal todos los maestres y pilotos de los navíos y flota de Narváez, y que les sacasen las velas y timones e agujas, porque no fuesen a dar mandado a la isla de Cuba a Diego Velázquez de lo acaecido, y cómo puso almirante de la mar
Pues acabado de desbaratar al Pánfilo de Narváez, e presos él y sus capitanes, e a todos los demás tomando sus armas, mandó Cortés al capitán Francisco de Lugo que fuese al puerto donde estaba la flota de Narváez, que eran diez y ocho navíos, y mandase venir allí a Cempoal a todos los pilotos y maestres de los navíos, y que les sacasen velas y timones e agujas, porque no fuesen a dar mandado a Cuba a Diego Velázquez; e que si no le quisiesen obedecer, que les echase presos; y llevó consigo el Francisco de Lugo dos de nuestros soldados, que habían sido hombres de la mar, para que le ayudasen; y también mandó Cortés que luego le enviasen a un Sancho de Barahona, que le tenía preso el Narváez con otros soldados. Este Barahona fue vecino de Guatemala, hombre rico; y acuérdome que cuando llegó ante Cortés, que venía muy doliente y flaco, y le mandó hacer honra. Volvamos a los maestres y pilotos, que luego vinieron a besar las manos al capitán Cortés, a los cuales tomó juramento que no saldrían de su mandado, e que le obedecerían en todo lo que les mandase; y luego les puso por almirante y capitán de la mar a un Pedro Caballero, que había sido maestre de un navío de los de Narváez; persona de quien Cortés se fió mucho, al cual dicen que le dio primero buenos tejuelos de oro; y a éste mandó que no dejase ir de aquel puerto ningún navío a parte ninguna, y mandó a todos los maestres y pilotos y marineros que todos le obedeciesen, y que si de Cuba enviase Diego Velázquez más navíos (porque tuvo aviso Cortés que estaban dos navíos para venir) que tuviese modo que a los capitanes que en él viniesen les echase presos, y les sacase el timón e velas y agujas, hasta que otra cosa en ello Cortés mandase. Lo cual así lo hizo Pedro Caballero, como adelante diré. Y dejemos ya los navíos y el puerto seguro, y digamos lo que se concertó en nuestro real e los de Narváez; y es que luego se dio orden, que fuese a conquistar y poblar: a Juan Velázquez de León a lo de Pánuco; y para ello Cortés le señaló ciento y veinte soldados, los ciento habían de ser los de Narváez, y los veinte de los nuestros entremetidos porque tenían más experiencia en la guerra; y también a Diego de Ordás dio otra capitanía de otros ciento y veinte soldados para ir a poblar a lo de Guazacualco, y los ciento habían de ser de los de Narváez y los veinte de los nuevos, según y de la manera que a Juan Velázquez de León; y había de llevar otros dos navíos para desde el río de Guazacualco enviar a la isla de Jamaica por ganados de yeguas y becerros, puercos y ovejas, y gallinas de Castilla y cabras, para multiplicar la tierra, porque la provincia de Guazacualco era buena para ello. Pues para ir aquellos capitanes con sus soldados y llevar todas sus armas, Cortés se las mandó dar, y soltar todos los prisioneros capitanes de Narváez, excepto el Narváez y el Salvatierra, que decía que estaba malo del estómago. Pues para darles todas las armas, algunos de nuestros soldados les teníamos ya tomado caballos y espadas y otras cosas, y mandó Cortés que luego se las volviésemos, y sobre no dárselas hubo ciertas pláticas enojosas: y fueron, que dijimos los soldados, que las teníamos, muy claramente, que no se las queríamos dar, pues que en el real de Narváez pregonaron guerra contra nosotros a ropa franca, y con aquella intención venían a nos prender y tomar lo que teníamos, e que siendo nosotros tan grandes servidores de su majestad, nos llamaban traidores, e que no se las queríamos dar; y Cortés todavía porfiaba a que se las diésemos, e como era capitán general, húbose de hacer lo que mandó, que yo les di un caballo que tenía ya escondido, ensillado y enfrenado, y dos espadas y tres puñales y una adarga, y otros muchos de nuestros soldados dieron también otros caballos y armas; y como Alonso de Ávila era capitán y persona que osaba decir a Cortés qué cosas convenían, e juntamente con él el padre de la Merced, hablaron aparte a Cortés, y le dijeron que parecía que quería remedar a Alejandro Macedonio, que después que con sus soldados había hecho alguna gran hazaña, que más procuraba de honrar y hacer mercedes a los que vencía que no a sus capitanes y soldados, que eran los que lo vencían; y esto, que lo decían porque lo han visto en aquellos días que allí estábamos después de preso Narváez, que todas las joyas de oro que le presentaban los indios de aquellas comarcas y bastimentos daba a los capitanes de Narváez, e como si no nos conociera, así nos olvidaba; y que no era bien hecho, sino muy grande ingratitud, hubiéndole puesto en el estado en que estaba. A esto respondió Cortés que todo cuanto tenía, ansí persona como bienes, era para nosotros, e que al presente no podía más sino con dádivas y palabras y ofrecimientos honrar a los de Narváez; porque, como son muchos, y nosotros pocos, no se levanten contra él y contra nosotros, y le matasen. A esto respondió el Alonso de Ávila, y le dijo ciertas palabras algo soberbias, de tal manera, que Cortés le dijo que quien no le quisiese seguir, que las mujeres han parido y paren en Castilla soldados; y el Alonso de Ávila dijo con palabras muy soberbias y sin acato que así era verdad: que soldados y capitanes e gobernadores, e que aquello merecíamos que dijese. Y como en aquella sazón estaba la cosa de arte que Cortés no podía hacer otra cosa sino callar, y con dádivas y ofertas le atrajo a sí; y como conoció de él ser muy atrevido, y tuvo siempre Cortés temor que por ventura un día o otro no hiciese alguna cosa en su daño, disimuló; y dende allí adelante siempre le enviaba a negocios de importancia, como fue a la isla de Santo Domingo, y después a España cuando enviamos la recámara y tesoro del gran Montezuma, que robó Juan Florin, gran corsario francés; lo cual diré en su tiempo y lugar. Y volvamos ahora al Narváez y a un negro que traía lleno de viruelas, que harto negro fue en la Nueva-España, que fue causa que se pegase e hinchiese toda la tierra dellas, de lo cual hubo gran mortandad; que, según decían los indios, jamás tal enfermedad tuvieron, y como no la conocían, lavábanse muchas veces, y a esta causa se murieron gran cantidad dellos. Por manera que negra la ventura de Narváez, y más prieta la muerte de tanta gente sin ser cristianos. Dejemos ahora todo esto, y digamos cómo los vecinos de la Villa-Rica que habían quedado poblados, que no fueron a México, demandaron a Cortés las partes del oro que les cabía, y dijeron a Cortés que, puesto que allí les mandó quedar en aquel puerto y villa, que tan bien servían allí a Dios y al rey como los que fuimos a México, pues entendían en guardar la tierra y hacer la fortaleza, y algunos dellos se hallaron en lo de Almería, que aún no tenían sanas las heridas, y que todos los más se hallaron en la prisión de Narváez, y que les diesen sus partes; y viendo Cortés que era muy justo lo que decían, dijo que fuesen dos hombres principales vecinos de aquella villa con poder de todos, y que lo tenía apartado, y que se lo darían; y paréceme que les dijo que en Tlascala estaba guardado, que esto no me acuerdo bien; e así, luego despacharon de aquella villa dos vecinos por el oro y sus partes, y el principal se decía Juan de Alcántara "el viejo". Y dejemos de platicar en ello, y después diremos lo que sucedió al Alcántara y al otro; y digamos cómo la adversa fortuna vuelve de presto su rueda, que a grandes bonanzas y placeres siguen las tristezas; y es que en este instante vienen nuevas que México estaba alzado, y que Pedro de Alvarado está cercado en su fortaleza y aposento, y que le ponían fuego por todas partes en la misma fortaleza, y que le han muerto siete soldados, y que estaban otros muchos heridos; y enviaba a demandar socorros con mucha instancia y prisa; y esta nueva trajeron dos tlascaltecas sin carta ninguna, y luego vino una carta con otros tlascaltecas que envió el Pedro de Alvarado, en que decía lo mismo. Y cuando aquella tan mala nueva oímos, sabe Dios cuánto nos pesó, y a grandes jornadas comenzamos a caminar para México, y quedó preso en la Villa-Rica el Narváez y el Salvatierra, y por teniente y capitán paréceme que quedó Rodrigo Rangel, que tuviese cargo de guardar al Narváez y de recoger muchos de los de Narváez que estaban enfermos. Y también en este instante, ya que queríamos partir, vinieron cuatro grandes principales que envió el gran Montezuma ante Cortés a quejarse del Pedro de Alvarado, y lo que dijeron llorando con muchas lágrimas de sus ojos fue, que Pedro de Alvarado salió de su aposento con todos los soldados que le dejó Cortés, y sin causa ninguna dio en sus principales y caciques, que estaban bailando y haciendo fiesta a sus ídolos Huichilobos y Tezcatepuca, con licencia que para ellos les dio el Pedro de Alvarado, e que mató e hirió muchos dellos, y que por se defender le mataron seis de sus soldados. Por manera que daban muchas quejas del Pedro de Alvarado; y Cortés les respondió a los mensajeros algo desabrido, e que él iría a México y pondría remedio en todo; y así, fueron con aquella respuesta a su gran Montezuma, y dicen la sintió por muy mala y hubo enojo della. Y asimismo luego despachó Cortés cartas para Pedro de Alvarado, en que le envió a decir que mirase que el Montezuma no se soltase, e que íbamos a grandes jornadas; y le hizo saber de la victoria que habíamos habido contra Narváez; lo cual ya sabía el gran Montezuma. Y dejarlo he aquí, y diré lo que más adelante pasó.